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El sentido político de frontera


La frontera —estudiada en la historia como fenómeno social originalmente por Turner—, constituye una realidad en la que el día a día permanece separado por una barrera material presuntamente infranqueable y que limita la capacidad de acción dentro de unos márgenes determinados.

Fronteras las hay de diversa naturaleza, no solo social o material; también mentales o existenciales. El propio proceso de no querer trascender o ver más allá de lo que presuntamente el entorno cotidiano ofrece, es al mismo tiempo una frontera infranqueable en sí misma; hasta que llega el día en el que se debe atravesar.

La frontera como barrera mental cerrada que impide ir más allá de un entendimiento pautado y reglado —que circula sobre raíles—, es quizás la más peligrosa de todas a la hora de querer ver más allá de lo que hay. En un acantilado profundo y oscuro el fondo no se vería, siendo así que al no poder verse este no existe, ¿verdad?

Ciertos patrones mentales lógicos de quienes pretenden ver la realidad de una forma única terminan generando semejante distorsión en sí misma; siendo esta una verdad tal (la no verdad) que cualquier realidad (o heterogeneidad) que pretenda trascender los propios límites pautados conforme a la regla elemental originalmente establecida, automáticamente pasan por ser el error, la mentira más burda y absoluta: Porque ‘‘esto ha sido así de toda la vida, ¿cómo va a ser eso qué tú dices? ¡Es utópico!’’. Y así, queridxs lectores, es como la tradición impone su norma.

Hace tiempo, en la facultad hablaron de Edmund Burke durante las clases de Historia Moderna, quien defendía a ultranza la propia tradición como fuerza en sí misma heredada del pasado como ley indisputable ante sus contemporáneos. En palabras de uno de estos coetáneos a Burke, Thomas Paine, este nos dice como ‘‘no tiene sentido hablar de que los muertos manden sobre los vivos’’. Burke, desde su postura fuertemente conservadora, mantenía el argumento de que tradiciones que llevaban vivas más tiempo que nosotrxs mismxs debían ser respetadas como un importante y beneficioso legado que nos ha sido heredado desde otras eras.

Hablamos también de ese Burke crítico con la Revolución Francesa y los acontecimientos iniciales de la misma durante la Toma de la Bastilla en 1789. Por tanto, en lo que a quien escribe estas líneas se refiere, su opinión es ciertamente bastante desdeñable.

Mantener el invento de la tradición —esa máscara del privilegio heredado por las clases poseedoras durante las eras— para criticar cualquier síntoma de debilidad, disputa o pérdida del poder por parte de estas frente al pueblo, hace que la lectura de Burke pierda bastante credibilidad al respecto. No obstante, si que es cierto que cabe destacar una idea: los logros y grandes portentos técnicos heredados del pasado pertenecen a toda la humanidad en su conjunto, es el gran legado que esas eras pretéritas nos han ofrecido. No hay privilegio lo suficientemente grande en el mundo como para adueñarse de ello. Pertenecen a quienes a día de hoy le dan sentido a través de su uso y la construcción de sus obras, mediante su trabajo y esfuerzo.

Los límites mentales de la frontera cerrada en la que se enmascara ese argumento propio de las clases privilegiadas, de defensa de la propiedad privada, los derechos de sangre o la explotación del hombre por el hombre; forman uno de los peores reductos que envenenan a expensas cualquier voluntad de proyección social hacia un mundo —hacia un futuro— mejor.

Es una de las peores fronteras y ni tan si quiera es ciertamente de naturaleza estrictamente material. En otra ocasión tocará hablar de las que sí lo son.

~ StaticTuesday

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